El costo de ser niño

¡Ahh, pero qué emocionante era cuando salíamos de la escuela! Rara vez había “deberes”. La promesa de cada día eran aquellas deliciosas tardes después de clases, para gozarlas y dedicarlas a jugar con nuestros amigos.

La pedagogía de hoy es un Frankestein vestido de extrañas teorías empaquetadas a la conveniencia de una sociedad cada vez más acelerada y de prisa. Los niños de hoy viven bajo esa presión, sin los beneficios de poder jugar y ser simplemente niños. El sistema educativo no reconoce la importancia que tiene el juego para el desarrollo del niño y privilegian el “desempeño”, antes que la felicidad y la estabilidad emocional del infante.

Pareciera esclavitud. Niños que no paran de “estudiar”. Llegan a casa y tienen que soportar la continuada carga escolar. El resultado es un estado de tensión permeando el hogar en el que hasta los padres se ven obligados a involucrarse para ayudarlos con sus deberes. Bienvenidos a la demencia del nuevo milenio: la prisa y el estrés.

El pedagogo R. J. Ericson sostiene que el juego permite a los niños utilizar su creatividad, desarrollar su imaginación, destreza y la fuerza física, cognoscitiva y emocional. Su tesis es simple: en los niños el juego desarrolla sus competencias y aumenta su confianza y autoestima. El juego no dirigido les enseña a trabajar en grupo, a negociar, a compartir, a resolver conflictos. Ergo: jugar es aprender.

El Instituto Nacional del Juego (The National Institute for Play) señala que cuando el juego se vaya hilvanando dentro de las prácticas del tejido social, transformaremos dramáticamente nuestra salud personal, nuestras relaciones, la educación que le damos a nuestros niños y la capacidad de nuestras corporaciones para innovar.

Es la falta de juego y hogares y escuelas tiránicas lo que empuja a adolescentes y niños al suicidio. El bullying no es más que el efecto de la enseñanza permanente de valores equivocados; la exposición sistemática a programas de televisión violentos y a decenas de miles de horas de videojuegos “jugados” en solitario a través de los años.

Y si queremos una demostración palpable del efecto que tiene el juego, solo tenemos que observar el mundo animal. Por ejemplo, los osos que juegan entre sí durante su crecimiento, llegan a sobrevivir sustancialmente más que aquellos cachorros que no lo hicieron. Lo mismo con los delfines. Las ratas que juegan más de pequeñas tienen un cerebro más grande.

Y si embargo, nuestra sociedad en general devalúa el valor del juego. Nuestro sistema educativo promueve la estandarización, memorización, ausencia de pensamiento crítico y autoexpresión. Es como querer anular la creatividad de nuestros niños.

¿Quieren divertirse y aprender?: vean estos dos videos: El primero sobre el Play Manifesto: http://www.youtube.com/watch?v=fT_XvLzNd0o. El segundo es sobre Sir Ken Robinson y el sistema de educación: http://www.youtube.com/watch?v=iG9CE55wbtY&feature=relmfu. Como lo dijera Platón: “Puedes descubrir más sobre una persona en una hora de juego que en un año de conversación”.

Prensa Libre

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