Amor y pedagogía

ERNESTO BURGOS HISTORIADOR Si les digo que hay personas que disfrutan practicando la cocotología, seguramente no me entenderán; si les hablo de papiroflexia, entonces seguro que sí. Don Miguel de Unamuno se detenía a veces en este entretenimiento que consiste en ir plegando una hoja de papel hasta darle forma de animal o de objeto fantástico. Don Fulgencio, uno de los personajes de su novela «Amor y pedagogía», también se dedicaba a este pequeño arte y aparece en el texto como autor de un manuscrito llamado «Apuntes para un tratado de cocotología».

«Amor y pedagogía» es una «nivola», como llamaba Unamuno a sus creaciones para distinguirse de otros autores, y tanto su argumento como su estructura no dejan indiferente al lector, de manera que, a la vez que cuenta con defensores apasionados, está en la lista de los libros que cuentan con más abandonos antes de llegar a su terminación.


Don Miguel la escribió en 1902, cuando contaba 38 años y ya llevaba dos como rector de la Universidad de Salamanca, un puesto al que había llegado aclamado por el alumnado pero con la oposición de la mayoría del Claustro de profesores. Allí se empeñaba en modernizar aquella oxidada institución a la vez que mantenía un estrecho contacto con los intelectuales que en otras partes del país intentaban hacer lo mismo. En Asturias, el referente de esta tendencia estaba en la Facultad de Derecho, donde daban sus clases Adolfo Álvarez Buylla, Adolfo Posada, Rafael Altamira y Aniceto Sela, cuatro catedráticos amigos integrantes, junto a otro puñado de profesores de diferentes facultades, del llamado «Grupo de Oviedo», que había perdido hacía pocos meses a Leopoldo Alas «Clarín», su miembro de mayor proyección literaria.


Dicen quienes se preocupan en contar méritos que a lo largo de su vida don Miguel escribió cinco novelas largas, ocho novelas cortas, ciento cincuenta y cuatro cuentos, veinticinco libros de ensayos y seiscientos treinta y un ensayos cortos, además de ocho centenares de artículos en periódicos, ocho poemarios y casi dos mil poemas sueltos. Además fue autor de varias obras de teatro e impartió conferencias por todo el país, que a veces tenían más de mítines que de charlas educativas, como la que pronunció en 1905, en el Centro Socialista de Requejo, en Mieres, con el tema «La lucha de clases» ante más de dos mil mineros y metalúrgicos de la villa.


En una época en la que las conversaciones telefónicas todavía eran algo extraordinario y la informática no podía ni imaginarse, Unamuno fue además incansable redactor de cartas, que aún siguen apareciendo en archivos particulares y publicándose como novedades editoriales. Una bendición que nos permite conocer sus opiniones personales, que de otra forma se habrían perdido.


Hay más de mil catalogadas y una cantidad que no nos atrevemos a aproximar dispersa en archivos particulares, ya que, a la inversa, en la Casa Museo que se le ha dedicado en Salamanca, se conservan nada menos que 35.000 misivas que él recibió y aún siguen llegando más, procedentes de donaciones de toda Europa y América.


Siguiendo con las cifras, don Miguel se carteó con 160 asturianos en una larga lista que incluye, por supuesto, a los profesores citados más arriba, pero también a todos los escritores e intelectuales de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX


En 1902, el catedrático Aniceto Sela ejercía en la facultad ovetense, después de haber pasado unos cursos en Valencia impartiendo Derecho Internacional. Él fue uno de sus corresponsales más habituales en esta tierra y se conocen una veintena de cartas, que le dirigió y en las que puede verse como estimaba sus opiniones y el gran afecto que los unía.


Para ver el aprecio que le profesó siempre, podemos remontarnos a otra carta, dirigida el 15 de diciembre de 1925 al también catedrático, aunque en este caso de la Universidad de Valladolid, José de Yanguas Mesía criticando su nombramiento como ministro de Estado de la Dictadura de Primo de Rivera. Está fechada en Hendaya, donde el escritor se había exiliado para protestar contra aquel régimen, y ponía como ejemplo de honradez la negativa del mierense a incorporarse al partido del general golpista: «Me contó en París mi compañero y amigo don Aniceto Sela, honradísimo ciudadano liberal, que usted le requirió una vez para que entrase en no sé que amasijo de personas que habría de sustituir al Directorio y al decirle él «¡Vamos sí, en la Unión Patriótica!» usted, jesuíticamente le respondió: «¡En la Unión Patriótica precisamente no!».


Pues a aquel «honradísimo ciudadano liberal» se dirigió el rector de Salamanca en el verano de aquel 1902 para contarle sus impresiones personales sobre «Amor y pedagogía», que acababa de salir al mercado editorial. Lo hizo en un interesante escrito con el que respondía a una misiva previa del intelectual mierense y que se guardó hasta hace poco en el archivo de doña Margarita Sela Cueto, una de sus descendientes, como evidencia su primer apellido.


«Mi estimado amigo y compañero: Gracias por su benévola carta. Mi librejo ha sido un desahogo, un desagüe de malos humores; empiezo a dudar de su valor moral, en todo caso me habrá servido de purga para el espíritu, pero tiene un fondo de amargo nihilismo que no sé si hubiera hecho mejor reservármelo. Mi vida interior es un torbellino de incesantes contradicciones, una feroz pelea por la conquista de la personalidad, Nadie más penetrado que yo del vanitas vanitatis y nadie, sin embargo, a quien más atraiga esa vanidad. Se me ha escapado el nadie; otra caída?»


Hermoso párrafo que resume en pocas palabras la lucha interior mantenida por el autor hasta el final de sus días, el mismo concepto fundamental de su creación literaria que algunos de sus biógrafos necesitan explicar en doscientas páginas.


Luego sigue un curioso comentario en el que diferencia su labor como rector de los trabajos circunstanciales de encargo -las conferencias para las que se reclamaba desde cualquier rincón peninsular-, confesando que prefería la libertad que le daban estas últimas y deja una interesante reflexión sobre la actitud de los españoles ante su identidad, que leída en este momento, cuando ha pasado más de un siglo desde que la escribió, nos da una lección sobre como debe preservarse el concepto de este país que actualmente se nos está escapando entre los dedos entre el patrioterismo trasnochado de unos y el cansancio de otros, que prefieren refugiarse en su terruño:


«Como al hombre universal y eterno hay que buscarlo dentro y no fuera del local y temporal, debemos españolizarnos para universalizarnos -no europeizarnos, que esto es poco- y buscar bajo el aluvión de la cultura latina la roca ibérica, berberisca tal vez. Bajo el derecho, la lengua y la religión que los romanos nos dieron palpitan las almas de los derechos, lenguas y religiones indígenas?»


Cuando se escribió esta carta, era frecuente emplear el genero epistolar como un recurso literario con vistas a la publicación posterior, pero este no fue el caso; la confianza que Miguel de Unamuno tenía en su amigo le impulsó a sincerarse con la tranquilidad que da un desahogo personal, sin pensar que algún día su contenido pudiese hacerse público, y así lo deja ver en un último comentario, antes de despedirse mandando recuerdos a sus amigos asturianos: «Le repito las gracias. Es raro en España este comunicarse íntimo».


No hace falta glosar aquí la figura de Miguel de Unamuno, que se acrecienta cada día en medio del páramo cultural en que se ha convertido España; sin embargo sí es bueno recordar de vez en cuando a Aniceto Sela: catedrático de Derecho Internacional en las Universidades de Valencia y Oviedo, Director General de Enseñanza Primaria, miembro del Instituto de Derecho Internacional, promotor de la Extensión Universitaria y las colonias escolares; republicano e impulsor de iniciativas para mejorar la formación de los trabajadores asturianos; colaborador habitual en varios periódicos y autor de numerosos libros sobre Derecho.


En 1914 el pueblo de Mieres le rindió un homenaje y cinco años más tarde él y su amigo Vital Álvarez Buylla lograron abrir con libros aportados por la residencia de estudiantes de Madrid una biblioteca de carácter municipal, que simbólicamente situó sus dependencias, sobre la cárcel de Mieres. El magnífico Grupo Escolar de esta villa lleva su nombre desde su inauguración en 1925, pero llama la atención que una placa colocada en su fachada olvide la trayectoria intelectual de don Aniceto resumiendo su vida en el hecho de que fue uno de los tres asturianos que respondieron a la convocatoria del Barón de Coubertin para debatir en París la recuperación de los Juegos Olímpicos, Ya ven qué cosas.

Noticias Cuencas

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